Las lecturas de hoy pueden ser resumidas en una palabra: murmurar. Después de que Dios condujera a su pueblo a través del Mar Rojo, la murmuración era que no había suficiente comida en el desierto; y Dios les mandó el Maná. Pero los israelitas murmuraron que la comida no era buena, y pedían algo mejor. En el evangelio de hoy, Jesús anuncia que él es “El pan vivo bajado del cielo.” Y la murmuración empezó de nuevo. ¿Que no es este Jesús el hijo del carpintero? ¿Acaso no sabemos quién es su padre y su madre?
Hambre de vida es pues el mensaje central el día de hoy. La experiencia del hambre revela una de las verdades fundamentales en la naturaleza humana: somos seres humanos incompletos. Jesús responde al hambre de vida existente en la humanidad curando a los enfermos, y alimentando a la multitud. Jesús estuvo siempre atento a nuestras necesidades reconociendo el hambre que no puede ser satisfecho solo con pan. Él se ofreció a sí mismo como el pan bajado del cielo, el único capaz de satisfacer nuestra hambre de vida.
Delante del altar del sacrificio, el lugar en donde el pan vivo bajado del cielo es ofrecido, reafirmemos siempre nuestra fe católica; recordemos siempre que somos el pueblo de la alianza nueva y eterna. Abramos nuestros corazones a las acciones de Cristo en nuestras vidas. Imitemos su ejemplo ofreciendo nuestro ser, nuestro cuerpo, nuestra sangre, nuestra mente, nuestro espíritu, todo en imitación del sacrificio perfecto. Y jamás olvidemos su promesa: “El que coma de este pan, ¡vivirá para siempre!”